A lo largo de los siglos de dominio
romano sobre distintos pueblos y provincias, las costumbres, la religión, las leyes y en
general el modo de vida de Roma, se imponía o se acataba como forma se sentirse
parte del imperio. En ese orden, la romanización de Hispania se refiere al
proceso de transformación cultural y social que tuvo lugar en la península
ibérica a lo largo de los siglos II a.C. y II d.C. bajo la influencia de la
conquista y colonización romana. Durante este período, los romanos introdujeron
su lengua, leyes, religión, arquitectura y tecnología en la península ibérica,
y establecieron un sistema político y administrativo que transformó
profundamente la sociedad y la cultura. El presente ensayo expositivo pretende
explicar este proceso.
El
proceso de romanización de Hispania
inició en el año 218 a.C., cuando los romanos comenzaron su conquista de la
península ibérica durante la Segunda Guerra Púnica. El general romano Publio C.
Escipión desembarcó en Ampurias, en la costa noreste de la península, y derrotó
a los cartagineses en la batalla de Cissa. A lo largo de los siglos II a.C. y I
a.C., los romanos continuaron su avance hacia el interior de Hispania,
estableciendo colonias y ciudades fortificadas en toda la península. Durante
este período, la presencia romana se hizo cada vez más evidente, se fueron
produciendo una serie de cambios en la sociedad y la cultura que fueron
conformando el proceso de romanización.
Este proceso alcanzó su punto máximo
durante los siglos I y II d.C., cuando Hispania se convirtió en una de las
provincias más importantes del Imperio Romano. Sin embargo, «La pacificación no fue completa hasta que
Augusto dominó cántabros y astures en el 19 a.C. (Lapesa, 1981, p. 53)». Durante este período, se construyeron numerosas
ciudades, carreteras, puentes y edificios públicos en toda la península, y el
latín se convirtió en la lengua dominante.
El
latín como lengua dominante se
caracteriza por ser una lengua altamente estructurada y refinada, con una gramática
y un vocabulario complejo y preciso. Poseía sus diferencias con relación al
griego, en cuanto a los aspectos fonéticos, gramáticos y alfabéticos pero
redujo los diptongos e hizo más sencillo el uso de las consonantes propias del
mundo indoeuropeo. Además, a través del contacto con la civilización griega,
Roma enriquece su idioma al agregar musicalidad, finuras de matices, que le permitió hacerse capaz de desarrollar
la poesía, la filosofía y la elocuencia. Algunos autores romanos que
aprovecharon la técnica y el modelo de
Grecia fueron Cicerón, Virgilio, Tito Livio, Quintiliano, Lucano y
Marcial.
Como era de esperarse, tras conquistar la Hélade, los romanos tomaron conceptos
de nombres generales y actividades propias del espíritu, tecnicismos
literarios, vocablos referentes a danza y deporte, a la enseñanza y educación,…
lo que les permitió refinar su lengua. En ese sentido, tenemos la preposición
kata, sufijos verbales, adjetivos, adaptaciones fonéticas, perífrasis verbales
(estoy diciendo) sufijos, terminología como tecnocracia, anafilaxia, etc. Por
su parte, el latín culto se inició a
partir de la escritura, el cual se enseñaba en las escuelas y el que todos
pretendían aprender a escribir y el latín hablado por las gentes medias y las
masas. La lengua literaria se depuraba hasta llegar a las Odas de Horacio o la
prosa de César o Tácito; el habla vulgar
seguía atada a usos antiguos pero desarrollaba tendencias existentes en el
idioma.
Durante el imperio, el latín culto se estacionó, mientras que
el vulgar proseguía el camino que debía llevar el nacimiento de las lenguas romances.
Al fin de la época imperial, las invasiones y la consiguiente decadencia de la
cultura aceleraron del declive de la lengua
literaria. Esta era solo utilizada solo por eclesiástico y letrados. El latín clásico y vulgar diferían en
el orden de las palabras, la ubicación de los determinantes, su
estructura morfológica, evoluciones fonéticas, las desinencias, los genitivos,
los comparativos y superlativos, multitud de alteraciones fonéticas (layod),
etc. En cuanto al orden de las palabras,
la construcción clásica admitía frecuentes transposiciones entre dos términos
ligados por el sentido y la concordancia; la estructura morfológica estaba dada
por las desinencias -um «así por ejemplo
la palabra hominum significa hombre representada por el tema homin, las notas
del genitivo y el plural» (Lapesa, 1981, p. 71).
Por otro lado, con referencia a los cambios fonéticos es preciso señalar
los referentes al sistema acentual y al vocalismo. Tenía un ritmo
cuantitativo-musical basado en la duración de las vocales y sílabas. Se
utilizaban diez vocales y más tarde, se redujeron a siete. Así se pronunciaban
largas las vocales que terminaban en sílabas y breves las que estaban en sílaba
acabada en consonante. Asimismo, el problema de la diptongación, donde Narvea
pasó a ser Naervae, tribunicie por tribuniciae; la vocal postónica y la
separación silábica.
En otro orden de ideas, el vocabulario del latín vulgar no
presentaba todos los términos del clásico, con lo cual se borraron diferencias
de matiz, que la lengua culta expresaba con palabras diferentes como “jocus=
burla reemplazó a lodus= juego”, “caballus= caballo”, “casa a domus”, “gladius
sucumbió ante el griego spatha”; “usare=usar·; “altiare=alzar”. Como se puede
notar, el latín vulgar fue muy aficionado a la derivación “mane=mañana”; “carrus= carricare= cargar”. Es preciso
mencionar que el latín hispánico tuvo
aspectos arcaizantes, en el español cueva, catalán y portugués cova exigen
un latín cova anterior a la forma clásica cava;
«en Nevio, Plauto, Ennio y
Terencio, contemporáneos de las conquistas romanas en la Península, se
encuentran fartus con el sentido de harto, perna con el valor de pierna,
cansare por cansar, serrare por cerrar, querere por querer,…» (Lapesa, 1981,
p. 89).
Otro aspecto que permitió los arcaísmos latinos fue el
distanciamiento del Imperio. Por eso se relacionan el español y el resto de las
lenguas romances meridionales, orientales
y de zonas aisladas. Sucede lo mismo con los aspectos gramaticales, sustitutos
brevior o longior de magislongus y pluslongus. Los demostrativos hic, iste,
ille indicaban en latín la gradación de distancia en relación con las tres
personas gramaticales. Tanto en el español como en el portugués se conserva el
pluscuamperfecto latino amaveram, potueram, convertido en subjuntivo amara,
pudiera.
Por último, con respecto a las palabras populares, cultas y semicultas,
es bien conocido que la Iglesia tiene un valor inconmensurable con relación a
la lengua hablada y escrita que se pueden encontrar en la liturgia de esta. Por
ejemplo, las palabras filius, genesta, saltus han derivado en hijo, hiniesta y
soto. «Según las leyes fonéticas que
distinguen el castellano de otras lenguas romances. Son las palabras llamadas
populares o tradicionales que constituyen el acervo más importante de cada
lengua» (Lapesa, 1981, p. 109).
Voces populares como argilla y ringere se deformaban hasta llegar a
arcilla y reñir. No sucedió lo mismo con virgine y angelus que declinó en virgen y ángel. Sin embargo,
los cultismo puros se atienen con fidelidad a la forma latina pura como
“evangelium= evangelio, voluntate= voluntad.
En
conclusión, la lengua latina en Hispania tuvo una gran influencia en la cultura
y las lenguas romances de la península ibérica. El latín hispánico presentó
aspectos arcaizantes que han dejado su huella en las lenguas romances actuales,
y la coexistencia del latín literario y vulgar es un factor clave en la
evolución de las lenguas romances. La fonética y sintaxis del latín hispánico
también presentaron características propias que lo diferenciaron del latín
clásico.
Referencias
bibliográficas
Lapesa Rafael. (1981). Historia de la lengua
española. Editorial Gredos, S.A.
https://filologiaunlp.files.wordpress.com/2012/04/rafael-lapesa-historia-de-la-lengua-espanola.pdf
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