Desde
la génesis de la existencia lo único que ha diferenciado al hombre
de los animales es su capacidad
para razonar,
destreza que le ha llevado a pensar, evaluar, entender y actuar de
acuerdo a ciertos principios que rigen su conducta y su
comportamiento y que le han servido al mismo tiempo para poder
anticipar,
prever
situaciones que aún no han sobrevenido o que están en proceso de
ocurrir. Por consiguiente, el poder descifrar a través de la
inteligencia
lo
que puede o no acontecer crea un sentimiento amenazador: el
miedo,
el cual es definido como una emoción primaria que se deriva de la
hostilidad
natural al riesgo o la amenaza.
De acuerdo con lo explicitado con anterioridad, se puede afirmar que
no hay
especie más miedosa que la humana.
La
capacidad de razonar
nos
define como especie humana, sin embargo, es
la culpable de que el hombre
viva en un temor
existencial
que lo lleva a vivir en un estado de frustración y, por ende,
esclavo dentro de su propia libertad. Basta con mencionar el recelo
que este siente por la muerte, pues esta constituye el fin de todas
las cosas, miedo que ninguna
otra especie
posee porque no tiene la facultad del raciocinio. Además, no solo
siente miedo por la muerte sino también por la vida: lo que puede
ocurrir, lo que le ocurrió, etc.
Por
otra parte, el hombre tiene temor por la opinión
o juicio
que los demás puedan omitir sobre él, característica que es
imposible que lo sienta otra especie, pues estas viven de acuerdo a
sus instintos.
Así pues, el hombre no se atreve a hacer lo que quiere porque su
libertad está limitada por lo que piensan y/o expresan sus
homólogos, tal y como lo expone José
A. Marina
cuando expresa que “la
mirada del otro anula mi libertad porque estoy a merced de ella”.
En otras palabras, el hombre será libre en cuanto no sienta miedo y
no dependa de las opiniones de los demás.
En
otro orden de ideas, existen muchas personas que expresan no tener
miedo ni darle importancia a lo que piensan y dicen los demás, sin
embargo, con el simple hecho de expresar que no le importa ya están
comenzando a darle importancia, pues si así no fuera no habría
interés ni siquiera por escuchar lo que explicitan o enuncian de
nosotros. Además, de eso, sentimos miedo
de los difuntos, del fracaso,
de que se desplome nuestra relación con alguien, sentimos miedo
hasta de Dios,
que de suponer, es el ser más benéfico y protector que puede
existir. No obstante, el autor del libro “ Anatomía del miedo”
expresa que este
último
no es desencadenado por el
peligro,
sino que muchas veces el hombre se crea sus propios
peligros,
que aunque lo sean para él no lo son para los demás, haciendo esto
que el miedo pueda convertirse en una enfermedad.
En
ese mismo tenor, el hombre no solo crea y posee miedos, sino que
también infunde
miedo
hacia sus semejantes para poder dominarlos, poder sumirlos
a sus deseos y aspiraciones. Un ejemplo que ilustra esta acción es
el padre que amenaza a su hijo si no pasa de curso, con el propósito
de que este se esfuerce para que no tenga que exponerse a las
consecuencias. Además de esto, el hombre es tan aciago que infunde
temor religioso para poder dominar
a
través de la fe a aquellos que creen en ella. Esto se puede
interpretar de la siguiente manera: aquel que infunde terror tiene
miedo de perder el poder que posee sobre aquellos que tiene
amedrantados.
En
conclusión, desde el inicio de la creación el hombre ha tenido que
lidiar con preguntas que muchas veces no tienen respuestas lo que causa
el miedo existencial que este presenta lo cual discrepa con las demás
especies debido a que no muestran la capacidad de raciocinio. Por lo
tanto, pienso que el miedo es una característica que nunca nos
dejará, pues este es inherente a nosotros por la facultad que nos
identifica. Por consiguiente, este tema seguirá en la palestra hasta
tanto se determine lo contrario, porque es un tema que puede
rebatirse, sin embargo, hasta el momento no hay especie más miedosa
que la humana.
Bibliografía
Marina,
J. A (2006) Anatomía del Miedo, Editorial Anagrama, Barcelona.
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